miércoles, 11 de febrero de 2009

La extrema dureza de un título poético

Hablar de "La lista de Schindler" no es en absoluto fácil, como tampoco juzgar esta película de un modo objetivo cuando lo que se narra en la misma nos llega del modo que lo hace ella. Muchas han sido las películas que nos han contando, con mayor o menor acierto, la dureza vivida en los campos de concentración y exterminio judío y todas ellas, a poco que nos contaron, consiguieron tocarnos la fibra más sensible. Hablamos de un capitulo tan grotesco de nuestra historia, tan absolutamente espeluznante, que no resulta difícil arrancarnos una lágrima a poco que nos esbocen cuatro líneas de lo que allí sucedió.

"La lista de Schindler" es por tanto una película dura (durísima), que consigue arrancarnos la lágrima en multitud de ocasiones y ponernos los pelos de punta en otras muchas. A pesar de ello, si su único mérito hubiese sido éste, la cinta no merecería mayor atención, pero estamos hablando de una obra maestra y es que el genio de Steven Spielberg, pese a ser judío y sentir esta película como pocos otros directores podrían sentirla, no se conformó sólo con eso. Tomando muchos riesgos (un metraje de más de tres horas de duración y en blanco y negro), Spielberg consiguió presentarnos toda una obra poética que encumbraba y homenajeaba la figura de Oskar Schindler como una de las pocas almas donde aún latía un corazón humano. Su desgarradora banda sonora, su lenguaje simbólico (aquella niña del vestido rojo que Schindler ansiaba salvar en el cartel de esta película), el poder de las miradas de Liam Neeson y Ralph Fiennes, la fuerza del blanco y negro, la absoluta visceralidad de una parte final que nos encogió el corazón para siempre... Tantos momentos para recordar, tantas instantes memorables, tanta sensibilidad y respeto en cada una de sus secuencias que es de recibo encumbrar este título más allá de su merecido Oscar a la mejor película. ¡Enhorabuena, Spielberg! Y eso que venía de rodar Parque Jurásico...

Místico

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