lunes, 31 de agosto de 2009

El tributo americano al cine de samurais

Las cuatro horas de duración de su metraje "obligaron" a esta película a partirse en dos. Dos vólumenes que dejaban claro el amor que Quentin Tarantino sentía por el cine de acción oriental (al cual rinde un claro homenaje) así como por la propia cultura del cómic.

"Kill Bill" fue una película original como pocas y no sólo por la desestructuración de su montaje (seña de identidad de este director americano) sino por la inclusión de otros elementos en la misma que convertían la cinta en todo un ejercicio de originalidad formal, sirva de ejemplo la estratégica utilización del blanco y negro o la brillante inclusión de un cortometraje de animación manga para presentarnos los orígenes de uno de los personajes principales.

El humor negro que derrochaba toda la cinta servía de perfecto contrapunto para unas secuencias de lucha tan efectistas como bellas (el enfrentamiento bajo los copos de nieve que encaraba a Uma Thurman con Lucy Liu en aquel jardín oriental dejaba clara constancia de ello). Para el recuerdo quedará la sangrienta batalla contra el ejército de O-Ren, también conocidos como "los 88 maniacos", una larguísima secuencia de lucha con espadas que se ha terminado convirtiendo en la más famosa de toda la película.

"Kill Bill" también supuso la recuperación para el cine de algunos nombres que estaban cayendo en el más absoluto de los olvidos, como David Carradine o Daryl Hannah, unos actores que, pese a poseer cierto gancho, no conseguían eclipsar al personaje protagonista de la cinta, una Uma Thurman que brillaba aquí con luz propia.

Por cierto, que Tarantino anunció en su momento la intención de rodar "Kill Bill: volúmenes 3 y 4", dos cortometrajes que reflejarían el pasado de los personajes de Bill y Beatrix Kiddo. Habrá que ver como se enfoca todo esto ahora que ha fallecido el actor que encarnase a Bill: el recientemente desaparecido David Carradine.

Místico

viernes, 14 de agosto de 2009

La vuelta de una estrella

Supuso la vuelta al cine de la estrella femenina más importante del momento tras un año de retiro voluntario, supuso del mismo modo la película por la que más dinero se llegó a pagar a una actriz hasta aquella fecha. Y es que "El informe pelícano", el título basado en el best-seller del escritor John Grisham (autor que ya había demostrado su potencial para el cine con su anterior obra: "La tapadera") significó la recuperación para el mundo del cine de "la novia de américa" en un papel que, aunque ya había sido escrito, no dejaba de estar pensado para ella.

Un thriller tremendamente enrevesado de buen pulso y buena factura, coprotagonizado por Denzel Washington, que presentaba al espectador una compleja historia de intrigas, conspiraciones y entramados judiciales que logró, como era de prever un absoluto éxito en taquilla.

La complejidad de lo que aquí se nos contaba, su larga duración y el descubrimiento del principal misterio de la cinta a mitad de la misma (el contenido del informe) fueron factores que jugaron en su contra, algo que fue sabiamente contrarrestado por la excelente química que Roberts y Washington destilaron a lo largo de todo el metraje. Una química que fue, en cierto modo, protagonista de una de las mayores polémicas de la película. Y es que el hecho de que la relación entre Roberts y Washington no trascendiera lo meramente "profesional" (pese a notarse en todo momento la atracción que existía entre ambos) fue tachado por algunos sectores cuanto menos de racista. Ocho años después y con un tremendo carácter simbólico, Denzel Washington entregaba un Oscar a Julia Roberts y se fundía con ella en un apasionado beso (desde aquel entonces son grandísimos amigos), quizá el mismo beso que no pudieron darse durante el rodaje de esta película.

Místico

jueves, 13 de agosto de 2009

El musical más intemporal

Su guión resultaba tremendamente sencillo, pero no por ello carecía de la suficiente fuerza como para que casi 60 años después de su estreno siga presente en nuestro recuerdo más colectivo. Hablamos de lo que en nuestros días podría llamarse una comedia romántica bastante ligera con unos números musicales que por sí mismos compusieron uno de los conjuntos más brillantes en la historia del séptimo arte. Es posible que para el recuerdo sólo hayan quedado aquellos chapoteos que Gene Kelly realizara con una amplia sonrisa tras despedir en su portal a la mujer de la que comprendía se había enamorado, pero cierto es que "Cantando bajo la lluvia" se compuso de otros grandísimos números musicales tan brillantes como éste por no decir que mucho más.

Que la baza de la película era Kelly es algo absolutamente indiscutible, pero de justicia también resultaba destacar el brillante trabajo cómico que desarrolló en la misma un Donald O'Connor que demostraba además que en esto del baile estaba incluso por encima del protagonista.

Unas coreografías que rozaban las acrobacias, un argumento emotivo y divertido absolutamente intemporal y unos personajes inolvidables compusieron una de los mejores musicales del Hollywood más clásico, peremne para siempre en el recuerdo más cinéfilo. Tan imborrable como la secuencia que cuelgo hoy en este post. No podía ser otra...



Místico

miércoles, 12 de agosto de 2009

Nunca un robo resultó tan erótico

Decir que "La trampa", la apuesta del director Jon Amiel ("Sommersby") por el cine de acción y el género de ladrones, fue una gran película sería sin duda exagerado. No por ello dejo de considerar que este título de 1999 supo cumplir con creces los objetivos para los que fue concebido: entretener durante casi dos horas de la mano de dos de los actores más deseados del cine de aquel momento: una "siempre bella" Catherine Zeta-Jones y un "más incombustible que nunca" Sean Connery.

Quizá la fuerza de esta cinta radicara en la tremenda química que destilaban sus protagonistas, unos actores que podrían tener todo en su contra para fracasar en esta empresa (más si tenemos en cuenta que eran casi cuarenta los años que separaban a ambos actores) pero que en este título supieron alcanzar cotas de complicidad y compenetración pocas veces vistos entre estrellas de este calibre.

La apuesta de Jon Amiel tenía un cierto gusto a antiguas películas propias del género, pero en esta ocasión con un ritmo y una estética mucho más propia de finales de siglo XX. Su guión, con tremendos giros argumentales y engaños continuos de efecto boomerang, su ritmo in crescendo, aquellas bellas imágenes rodadas en las "por aquel entonces" torres más altas del mundo (las torres Petronas de Kuala Lumpur), la famosa secuencia de alto voltaje erótico en la que la actriz galesa se movía sutilmente entre una maraña de rayos infrarrojos, así como un final que en nada desmerecía el desarrollo de toda la trama fueron otros de sus muchos puntos a favor.

En contraposición a esto podríamos hablar de la falta de credibilidad de algunas de sus secuencias, especialmente aquellas escenas de acción en la que una mujer de 30 años y un hombre de 70 parecían desafiar las leyes de la gravedad, pero considero ciertamente que "La trampa" no apostó en ningún momento por el realismo de la propuesta. Su objetivo era otro: el de entretener a un público que demandaba este tipo de cine y que supo entender que los ladrones no tenían por qué ser siempre los malos de una película.

Místico