jueves, 30 de abril de 2009

Interpretativamente impecable

La importancia que en un metraje tiene la correcta elección de sus actores protagonistas se antoja absolutamente esencial en cualquier tipo de cinta. Cuando, para más añadidura, la misma es el resultado de adaptar al cine una obra de teatro (como es éste el caso) entonces lo es si cabe aún mucho más. Afortunadamente para Elia Kazan aquí hablábamos de dos intérpretes tocados con la varita mágica de un talento desmedido y gracias a ello la cinta pasó a convertirse en la obra maestra que hoy día es.

"Un tranvía llamado Deseo" es una contienda psicológica entre Marlon Brando y Vivien Leigh, una lucha de titanes totalmente antagónicos en su manera de entender la realidad que les ha tocado vivir. Un cinta de tensos diálogos, de miradas que retan, de frustraciones disfrazadas de aquello que nos hubiese gustado ser, de corazas, de atracción sexual, de violencia, de pérdida de la razón, pero sobre todo de mucho mucho dolor... Un dolor que quedaba reflejado en la frase final que Vivien Leigh le dedicaba al médico que la acompañaba en su ingreso al hospital, la cual resumía perfectamente el sentimiento y la esencia de un personaje completamente roto: "Siempre he dependido de la bondad de los extraños".

La obra de Elia Kazan ganó cuatro Oscar: A la mejor dirección artística y a tres de sus actores. Irónicamente fue Marlon Brando el único que no resultó premiado. Y digo irónicamente porque hoy, 60 años después, aquella imagen del actor de Nebraska vestido con aquella sucia camiseta es casi sinónimo de "cine". Lástima que aquel año a la Academia le tocase hacer justicia con Humphrey Bogart...

Místico

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