miércoles, 4 de marzo de 2009

El justo reconocimiento a la figura de un héroe

Grandes producciones en la historia del cine ha habido muchas. Producciones épicas que invirtieron una gran cantidad de dinero en un despliegue de medios tal que resultaba difícil no sucumbir al encanto de los mismos. Estamos hablando de grandes proyectos que en la mayoría de los casos triunfaron en las taquillas (cines como el Kinépolis podrían dar buena fe de ello) pero que en muchas ocasiones dejaron de lado algo fundamental en cualquier metraje que se precie: la historia que nos contaban.

"Braveheart", el título que nos presentaba Mel Gibson allá por el año 1995 y que conseguía el Oscar a la mejor película esa misma edición, se caracterizaba por todo lo contrario. La historia que aquí se nos narraba nos aproximaba a un personaje real con espíritu de héroe cuya vida resultaba tan fascinante que no era nada difícil sucumbir a la misma.

Es de recibo reconocer la brillate tarea de Gibson en la dirección (pese a ser un personaje al que no guardo en ninguna estima) y la calidad técnica de una película cuya fotografía, dirección artística y ambientación la convirtieron en digna triunfadora de los Oscar de aquel año (y eso que sigo sin entender aún muy bien el por qué de la estatuilla al mejor maquillaje). Una calidad técnica que no desmerecía ante ciertos errores propios de películas como ésta, vease alguna que otra furgoneta en la lejanía de un plano o a varios extras en una actitud ciertamente chocante durante el transcurso de alguna batalla.

Lo que está claro es que la fuerza de "Braveheart" radica en William Wallace, lider nato y auténtico héroe que llevó a Escocia hacia una libertad que en su caso le costaría su propia vida. Los instantes finales de la cinta, pese a su fuerte dramatismo, se suavizaron bastante en este metraje. Y es que los últimos minutos en la vida de William Wallace fueron si cabe aún mucho más terroríficos y desgarradores de lo que Mel Gibson nos mostró en la, hasta la fecha, mejor de sus películas.

Místico

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