lunes, 12 de enero de 2009

Cuando el cine se amó a sí mismo

Resulta imposible amar el cine y no amar esta película. La pasión que muchos sentimos por la más joven de las artes pocas veces ha sido plasmada en la gran pantalla de un modo tan acertado como Giuseppe Tornatore consiguió allá por el año 1988. Y lo hizo en la piel de un niño, en la de un niño que aprendería todo lo que se puede aprender del séptimo arte de la mano de su gran amigo Alfredo, aquel proyeccionista que a más de uno nos robaría para siempre el corazón. Un niño que, por encima de conocimientos técnicos (aquellos que aprendería más tarde para convertirse en un prestigioso director de cine), aprendería a sentir, a entender y a amar aquello que se proyectaba en ese viejo cine de barrio como pocas cosas se aman en esta vida.

Los últimos minutos del film, con esa bellísima banda sonora que ha pasado ya a la historia del séptimo arte, son ya todo un reto: el de ser capaz de visionarlos al completo sin que los ojos se llenen de lágrimas (reconozco que aún no he sido capaz de superarlo).

Un título IMPRESCINDIBLE para todos aquellos que no entendemos nuestras vidas sin "la más bella de las artes". Gracias Tornatore por este "regalo", gracias por tu "Cinema Paradiso", el título que más de uno llevaremos para siempre en el corazón.

Místico

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